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"Los fiscales" de L. Davis

 

Se trata de la decimoquinta novela de Lindsey Davis protagonizada por su personaje habitual Marco Didio Falco, un informante (detective) romano que vive el final de la dinastía Julio-Claudia y el principio de la dinastía Flavia.

Corre el otoño del año 75 de nuestra era, en el poder se encuentra Tito Flavio Vespasiano (9-79), el primer emperador de la dinastía Flavia, que comparte los asuntos políticos con su hijo mayor, al que todos conocen como Tito César. 

 

Falco es un hombre libre de linaje romano que tiene el cargo de alimentar a las aves sagradas del templo de Juno, cargo que se recibe directamente del Emperador. Acaba de volver a instalarse en Roma con su noble esposa, Helena Julia, y sus dos hijas, en una humilde casa unifamiliar, que fue de su padre, con pocos muebles. Convive con ellos una joven, Albia, de Britania, el último destino de Falco, que no quiso separarse de la familia romana cuando decidió volver a Italia.

La novela comienza con la noticia del juicio que se sigue contra Rubirio Metelo por tráfico de influencias mientras su único hijo varón, Metelo Negrino, era edil curul a cargo del mantenimiento de las carreteras. Por ser los Metelo de la clase senatorial el juicio tiene lugar en el Senado, el defensor es Pacio Africano, y el acusador Silio Itálico. Éste último contrata los servicios de Falco para ir a recoger una declaración jurada fuera de Roma. Falco envía a uno de sus cuñados, Camilo Justino, un joven recién casado y que está esperando su primer hijo.

            El juicio termina con la condena de Metelo, lo que significa que Metelo debe pagar una gran cantidad de dinero a Silio Itálico, en concepto de indemnización, pero poco después Metelo aparece muerto, al parecer por suicidio. Esta era una forma de librar a la familia de la pérdida del patrimonio: el acusado se suicidaba, muchas veces aconsejado por su propio abogado, siete amigos de sus misma clase senatorial lo visitaban en su lecho de muerte para certificar que era él y que era suicidio y la familia no tenía que hacerse cargo de los pagos.

Pero, el que debía cobrar, Silio Itálico, quiere que Falco investigue si fue realmente suicidio. Falco averigua que una de las hijas de Metelo, efectivamente, compró cicuta a un farmacéutico griego del foro, pero como su padre no parecía muy convencido de querer morir, le pidió al mercader que le hiciera algo a la cicuta para que su padre pudiese arrepentirse habiéndola tomado. El farmacéutico metió la cicuta en bolitas vacías de oro, y le aseguró a la hija de Metelo de que así eran inocuas.

Silio Itálico decide llevar a juicio a la hija de Metelo, y Pacio Africano vuelve a defender a la familia, de forma que insta al farmacéutico a tomarse delante del tribunal una de las bolitas de oro que quedan de la caja que le vendió a la chica. El griego lo hace y... no muere, por lo que la joven queda absuelta.

Entonces Silio decide acusar al hijo de Metelo, que no se sabe dónde está. Falco no acepta seguir trabajando para Silio Itálico, no le gusta. Cuando Falco regresa a su casa encuentra allí a Metelo Negrino, asustado, que lo quiere contratar como abogado. Falco no quiere ser su abogado, entre otras cosas porque no podría serlo ante el Senado, pues él no es senador. Decide ayudar de alguna forma a Negrino y lo instala en casa de la más joven de las hijas de Metelo, pues al parecer el chico se lleva muy mal con su madre viuda.

Negrino niega haber matado a su padre y defiende que fue suicidio. Falco no entiende qué pasa, porque se da cuenta de que suicidio exactamente no fue. Empieza a investigar y una noche en una calle recibe una paliza de unos desconocidos. Después llega la noticia de que Pacio Africano y Silio Itálico se han unido para acusar a Negrino de asesinar a su padre. La testigo principal del caso será la propia madre de Negrino, la viuda. Falco pregunta a Negrino qué pasa, pero ni él ni nadie de su familia abre la boca. Finalmente, Negrino decide contratar a un abogado, Honorio, y se lo presenta a Falco para que trabajen juntos. A Falco no le gusta el abogado, porque es joven y falto de experiencia, y porque fue ayudante de Silio Itálico hasta hace dos días. Honorio da su palabra de hacer todo lo posible por Negrino y Falco lo acepta.

Falco está muy perdido, sin conseguir información, y pide ayuda a su esposa, pues el padre de Helena Justina es senador y conoce bien a todos los personajes de esta historia: los Metelo, Silio Itálico y Pacio Africano; así, averigua algunas cosas interesantes del pasado de todos ellos.

Mientras tanto, Falco ha intentado varias veces hablar con la viuda de Metelo, Calpurnia Cara, pero el mayordomo siempre lo ha echado de su casa. Por fin, un día Falco entra en la casa con Negrino y antes de que se vayan aparece Calpurnia y la interroga. Por ella sabe que en el testamento de Metelo su familia no queda muy bien parada, sino que les ha dejado lo mínimo que ordena la ley. Falco quiere saber quién se quedará con la fortuna de los Metelo, pero nadie le contesta. Decide ir al registro de testamentos. Allí averigua que el testamento fue abierto poco después de morir Metelo por Pacio Africano, pero que lo han vuelto a sellar y no puede ser leído. Necesita saber qué pone en las tablillas y decide con Honorio que llevará a juicio por asesinato a Calpurnia Cara para que se les permita ver el testamento, y porque consideran que Calpurnia tenía que haber hecho algo terrible a su marido para que este prácticamente la dejara en la indigencia, pues a su edad era improbable que se volviese a casar como mandaba la ley, pues ya no podía tener hijos.

Ante el pretor que decide si se aceptan o no las acusaciones y por tanto da licencia para que comience un juicio, se presentan Honorio y Falco como acusadores y, curiosamente, Silio Itálico y Pacio Africano como defensores de Calpurnia (lo que hace sopsechar a Falco que lo malo que hizo Calpurnia a su marido fue ser amante de Pacio Africano). Honorio y Falco solicitan que el juicio no se haga en el senado, donde Falco no podría hablar, sino en el tribunal de homicidios, un tribunal presidido por un juez no senatorial. Al ser la acusada una mujer, se lo conceden.

Consiguen la orden para poder revisar el testamento de Metelo y aparece la sorpresa, la persona designada como heredera es una tal Safia Donata, ex-esposa de Negrino y embarazada de un hijo de este. Inmediatamente Falco sospecha que Metelo tenía una aventura con Safia, y que posiblemente su embarazo sea de él. La familia Metelo ni afirma ni niega tal relación.

Comienza el juicio, creen que todo puede salir bien pues la sospechada aventura de Metelo con Safia puede ser la razón por la que Calpurnia matara a su marido. Honorio hace un magnífico discurso en contra de la maldad de las mujeres, dejando entrever que Metelo y Safia tenían relaciones que seguramente comenzaron cuando Metelo supo que Calpurnia era amante de Pacio Africano. Para relatar el pasado lleno de corruptelas y curiosidades de Pacio Africano y Silio Itálico, Honorio cede la palabra a Falco. Falco reúne las pruebas y hace un discurso muy bueno, tanto que Africano e Itálico le encargan a un aliado que acuse a Falco ante el pretor por sacrílego, aduciendo que no cuida a las aves sagradas. Esto hace que Falco no pueda asistir al juicio los días siguientes, pues tiene que presentarse ante el pretor y este, a veces, disfruta haciendo que le esperen incluso durante varios días. Lo absolverán porque no hay pruebas, de hecho él va poco, pero de vez en cuando va para recoger los huevos.

Mientras tanto, Safia se pone de parto. Eso significa que no se le puede llamar como testigo, pero también le da pistas a Falco, pues la joven está siendo ayudada en el parto por unas comadronas muy conocidas en Roma por las familias más nobles, y por su primer marido, Lutea, de quien se divorció para casarse con Negrino. Falco sospecha que se casó con el hijo de Metelo para poder acercarse al padre. Eso significaría que Lutea y Safia eran estafadores de alto copete y que Calpurnia sería inocente. Eso a Falco no le viene nada bien, pues acusar a un inocente implica que el juez impone una multa al acusador, y esa multa arruinaría a Falco.

El informante decide hablar con su propia madre, una mujer de edad que conoce bien los entresijos de las familias nobles, y averigua cosas de las comadronas de Safia. Estas tienen una especie de guardería, donde las madres que no quieren cuidar a sus pequeños, los dejan durante toda su infancia y luego los recogen en la adolescencia. Algunas veces, cuando el niño muere, las madres pueden llevarse a otro que nadie ha venido a recoger o que no es de alta cuna.

Safia muere durante el parto y el mayordomo de Calpurnia confiesa a Falco que la última comida de Metelo se la envió Safia: era comida envenenada. Falco está perdido, deberá pagar por haber acusado a una inocente. El juez fija la indemnización de Falco a los defensores de Calpurnia en medio millón de sestercios, cantidad que Falco sabe que no conseguirá reunir en el resto de su vida.

Falco reúne a la familia Metelo. Estos invitan a cenar a todos los Falco y hablan por primera vez en confianza, aunque no dicen nada. Falco y Helena Justina dicen las cosas y los Metelo asienten y comentan.

Metelo padre nunca tuvo una aventura con Safia. Esta conocía un secreto de la familia. Calpurnia había dado a luz a un varón y lo dejó en casa de las comadronas, con la mala suerte de que cuando fue a buscarlo había muerto, y se llevó a otro niño, Negrino. Safia lo supo por las comadronas y chantajeó a Metelo con hacerlo público. Toda la familia se alió con Metelo padre porque amaban a Negrino como a uno más de ellos, así que pagaban el chantaje a Safia, por eso comenzó el tráfico de influencias que llevó a Metelo a ser juzgado y declarado culpable. Cuando Safia lo supo, para no quedarse sin herencia, envió comida envenenada a Metelo.

Falco se da cuenta de que si el testamento fue hecho dos años antes y el testamentario había sido Pacio Africano, significaba que el abogado debía de saber algo sobre el secreto de los Metelo, pues sino no hubiese permitido a Metelo dejar a su familia sin herencia.

Con esta sospecha, Falco se entrevista con Silio Itálico, comprobado amigo de Africano, y le dice que sabe que los dos abogados se aliaron para desplumar a Metelo, al que vigilaban desde que se hiciera el testamento en favor de Safia. A cambio de no denunciarles, Falco le pide que abone la indemnización de medio millón de sestercios. Silio se compromete a hacerlo a través de Honorio, que ha vuelto con él.

Falco vuelve a casa, agotado pero con posibilidades de salir adelante. Negrino se va a las fincas de fuera de Roma de su padre, que sus hermanas le regalan para que empiece una nueva vida junto a su hijo recién nacido.

El único que no paga un precio por sus delitos es el primer marido de Safia, Lutea, que pertenece a esa clase de hombres de buena familia que no saben ganarse la vida trabajando pero no pueden prescindir de la buena lana para sus túnicas ni de los finos afeites para sus cuerpos.

 

FIN

 

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