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Clásicos grecolatinos en Grossman VI

 

Atenas

 

 

Roma

Sexta y última alusión a la antigüedad grecolatina en la novela Vida y destino de Vasili Grossman. Estamos en las páginas 1010 y 1011 de la edición de Debolsillo, en el capítulo 46 de la Tercera Parte de la obra. Este capítulo transcurre durante el día 2 de febrero de 1943, el día de la rendición del ejército alemán en Stalingrado:

"En aquella hora la capital de la guerra mundial ya no existía. Los ojos de Hitler, Roosvelt y Churchill buscaban ya nuevos puntos de tensión en la guerra. Martilleando la mesa con su dedo índice, Stalin preguntaba al comandante en jefe del Estado Mayor General si los medios para el traslado de tropas de la retaguardia de Stalingrado hacia los nuevos frentes estaban listos. La capital mundial de la guerra, todavía un hervidero de generales y especialistas en el combate de calle, aún llena de armas, mapas de operaciones, trincheras de comunicación, había dejado de existir. Allí había comenzado una nueva existencia, parecida a las de la Atenas y la Roma actuales. Historiadores, guías de museos, profesores y alumnos eternamente aburridos, aunque todavía no visibles, se habían convertido en sus nuevos dueños".

Con este texto Grossman eleva Stalingrado a la altura de la más importante ciudad-estado de nuestra historia: Atenas; y también la iguala a la ciudad que fue capital del Imperio más grande y más duradero jamás conocido: Roma. Un gran reconocimiento para Stalingrado, y una muestra de cómo la historia se repite una y otra vez a pesar de ser conocida.

Stalingrado

Las ruinas son distintas, y aún así no dejan de ser ruinas. Ruinas que nos gritan que quedan en pie tan pocas piedras

como quedan seres humanos vivos.

De nuevo aparece la mención a los profesores de latín y griego, esos que irán acompañados de alumnos "eternamente aburridos", esos profesores que ya hemos comentado que en la literatura tradicionalmente son representados como seres poco brillantes. Con ellos se agrupan los historiadores y los guías de los museos. Grossman nos lo deja muy claro: nadie les hará caso, pero serán los únicos que recordarán lo que pasó con Stalingrado, con Roma y con Atenas; y se lo explicarán pormenorizadamente a todo aquel que atienda.

De esta forma, esta sexta mención a la antigüedad grecolatina cierra todas las alusiones anteriores, en las que aparecieron filósofos como Heráclito de Éfeso, escritores como Homero y Lucio Apuleyo, conquistadores como Alejandro Magno y un especialista universitario en un aspecto de la Grecia clásica.

En un rápido repaso recordemos que Sofia Ósipovna, que había leído a Homero, muere en una cámara de gas; que Dmitri Sháposhnikov acababa de leer El asno de oro de Apuleyo antes de ser encerrado en la Lubianka; que la cita ‘Todo fluye’ de Heráclito la pronuncia un encarcelado en esa misma Lubianka; que la alusión a Alejandro Magno nos aclara que desde el siglo III a.d.C. no se ha inventado nada nuevo en las tácticas de guerra; que los especialistas en la Grecia clásica no son capaces de recoger la basura sin llevarse un tortazo; y que, a pesar de conocer la historia de Atenas y de Roma, en pleno siglo XX fuimos capaces de crear una nueva ciudad en ruinas: Stalingrado. Grossman nos está haciendo recapacitar sobre lo que es específicamente humano, y los clásicos grecolatinos, o los seres que tienen que ver con ellos, son buenos modelos para averiguar qué nos diferencia del resto de especies que habitan este planeta. 

 

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