Clásicos grecolatinos en Grossman I
Comienzo aquí una serie de entradas en las que voy a ir desgranando las alusiones a personajes y obras de la antigüedad clásica grecolatina que aparecen en la obra de mi anterior entrada: Vida y destino de Vasili Grossman.
Son tan solo seis citas. No son muchas si tenemos en cuenta que el libro en su edición en Debolsillo tiene 1104 páginas. Aún así me parecen interesantes porque las seis citas aparecen concentradas en poco más de trescientas páginas, entre la 706 y la 1011, esto es, entre el final de la Segunda Parte y el principio de la Tercera Parte de la novela, por lo tanto en lo que podemos llamar el momento del desenlace de la obra, cuando empieza a resolverse todo lo que se puso en marcha en la presentación y se ha ido desarrollando en el nudo. Así que en el momento en el que el autor empieza a contar lo que en realidad quería contar, aparecen los clásicos grecolatinos, las referencias al alba de la cultura Occidental.
Hoy solo voy a transcribir la primera de las citas, la que aparece en la página 706. La protagonista es Sofia Ósipovna, una médico judía soltera que acaba de entrar en una cámara de gas de un campo de concentración nazi, llevando en sus brazos al pequeño David que ha encontrado huérfano al bajar del tren que los ha trasladado hasta allí:
"Sus ojos, que habían leído a Homero, el Izvestia, Las aventuras de Hukleberry Finn, a Mayne Reid, la Lógica de Hegel, que habían visto gente buen y mala, que habían visto gansos en los vastos prados de Kursk, estrellas en el observatorio de Púlkovo, el brillo del acero quirúrgico, La Gioconda en el Louvre, tomates y nabos en los puestos del mercado, las aguas azules del lago Issik-Kul, ahora ya no eran necesarios".
Primera cita y el primer citado es Homero, como debe ser, pues es el primer escritor del que tenemos cierta constancia, el escritor de las obras más antiguas que conservamos, esas obras que contienen la narración más antigua que conocemos en Occidente de una guerra, la narración más antigua de las batallas en las que los hombres en enfrentan unos a otros y en las que el perdedor muere a manos de su enemigo y el vencedor mata y arrasa todo lo que encuentra a su paso. No es casualidad que la primera mención sea para Homero, pero, más allá todavía, no es solo bello que cuando Grossman describe la muerte de un ser humano en una cámara de gas nos recuerde que ese ser humano había leído a Homero. Ese ser humano es la humanidad, y Homero aparece para recordarnos que seguimos siendo aquella misma humanidad, la que mata y arrasa y muere desde el principio de los tiempos.
El final del capítulo, el 49, es así:
"[...]..., y el niño con su cuerpecito de pájaro se había ido antes que ella.
«Soy madre», pensó.
Ése fue su último pensamiento.
Pero en su corazón todavía había vida: se comprimía, sufría, se compadecía de vosotros, tanto de los vivos como de los muertos. Sofia Ósipovna sintió náuseas. Presionó a David contra sí, ahora un muñeco, y murió, también muñeca."
Sofia Ósipovna Levinton se compadecía de nosotros, hoy vivos, y de los muertos, de los que ha habido desde el inicio del mundo.
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