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Novela romántica y clásicos grecolatinos IV (Seznec)

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1. Ampliando el tema

Las novelas románticas no son los únicos textos, como ya se desprende del resto de entradas en este blog, que se nutren de los símbolos de la Antigüedad Clásica.

Un libro muy esclarecedor de cómo es la línea de continuidad que liga a la Antigüedad con el Renacimiento es el titulado Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento de Jean Seznec. Tuve oportunidad de trabajar este texto en un curso que seguí. Aunque lo mejor fue poder ver, desde las imágenes que aporta Seznec y que serían las imágenes a partir de las cuales se crean los símbolos para el arte de la pintura, que ese mismo proceso de simbolización también se empleó para las alegorías, símbolos... y demás figuras retóricas que conocemos hoy.

Las conclusiones que saqué de mi lectura de Seznec pueden entenderse como el primer acercamiento a porqué las escritoras de novelas románticas también vuelven su vista a los clásicos grecolatinos, tal y como lo hacen, y lo han hecho desde que existe la literatura, los creadores de ficciones.

Estas son esas conclusiones de las que hablo:

 

2. La interpretación medieval de los dioses paganos

            El repaso pormenorizado y  bien estructurado que hace Jean Seznec sobre la fortuna de los dioses paganos a lo largo del periodo de la Edad Media y el Renacimiento me ha llevado a darme cuenta de que se produjo un proceso de simbolización del significado que podía estar oculto detrás de las figuras y los atributos con los que los antiguos habían provisto a sus dioses: "Homero, que relata todas estas ignominias de los Dioses, es un noble y gran poeta: ¿es admisible que haya compuesto estos relatos impíos sin una oculta intención?" (Seznec 1983, 77)

            El hecho de que los escritores medievales busquen interpretaciones moralizadas a esas figuras divinas llevó finalmente a los humanistas a extender la simbolización también a conceptos abstractos como el deseo, la paciencia, la envidia, el valor, la avaricia... Lo que no era nada nuevo: "otras razones inclinaban a la interpretación alegórica: el gusto de la Antigüedad por los apólogos que encierran una moral en un cuento, y sobre todo la tendencia, común a los Griegos y Romanos, a personificar abstracciones" (Seznec 1983, 78). Creo que con esta simbolización se abre una línea de pensamiento que todavía hoy sigue siendo muy productiva tanto en las artes como en la crítica de las artes. La idea que manejo está también en Los Dioses de la Antigüedad:

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"...la historia de los dioses no es más que un episodio particular de un fenómeno más general. En diversas ocasiones, a lo largo de la Edad Media, las artes y las letras antiguas parecen reflorecer -hasta el punto de que hoy se ve en el periodo carolingio y en el siglo XII verdaderos «pre-Renacimientos»-... El Renacimiento aparece por consiguiente, no ya como una crisis súbita, sino como el final de un largo divorcio; no como una resurrección, sino como una síntesis." (Seznec 1983, 181)

 

Si bien no podemos llamar "renacimiento" a cada uno de los momentos en la historia de las artes en las que se vuelve la mirada hacia los clásicos de la Antigüedad, lo cierto es que existen esos momentos y que los clásicos, de una manera o de otra, "renacen" en las artes cada cierto tiempo para darnos un nuevo impulso hacia adelante.

Seznec acaba su libro a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, pero el lector va más allá y aprecia que el Barroco del XVII en las letras y en las artes figurativas está íntimamente ligado a estas explicaciones simbolistas. Quizá las figuras y las palabras ya no remiten a los dioses paganos, pero sí explotan, a veces hasta hacerse completamente incomprensibles, el modo de hacer simbólico.

Ya antes, esta forma de entender a los dioses paganos, acabaría dando sus frutos en la literatura no religiosa: "esta conversión de la fábula antigua en novela de caballería muestra bastante bien hasta qué punto la corte de Ferrara estaba impregnada de cultura occidental" (Seznec 1983, 174).

En la literatura del Barroco, nada de lo escrito remite a la realidad denotativa, sino a la connotativa. El lector debe entender "más allá". Así, San Juan de la Cruz nos dejó unos poemas cargados de sensualidad por la necesidad de comunicar lo inefable. La unión mística con Dios le resultaba completamente imposible de narrar con palabras que no estuviesen cargadas de símbolos: "los neo-platónicos heredan este método, pero lo emplean a una escala más amplia y con un espíritu diferente. No lo aplican ya únicamente a Homero, sino a todas las tradiciones religiosas..." (Seznec 1983, 78) Y Luis de Góngora emplea las figuras retóricas no solo como adornos de sus poemas, sino como medio para hacer notar su gran erudición y "encriptar" sus composiciones para aquellos que estaban fuera de su círculo: "cuanto más cubierta de velos está una verdad, mayor es su atractivo" (Seznec 1983, 123). Pero claramente ligados con el modo de pensar medieval y con las interpretaciones simbolistas y alegóricas que se llevaron a cabo durante la Edad Media se encuentran los Autos Sacramentales, esas piezas teatrales que tenían que poner en escena los símbolos de la Iglesia Católica. La celebración de la Eucaristía mediante la elaboración de imágenes simbólicas de vicios y virtudes remite directamente a las medievales Danzas de la Muerte y se van sofisticando a lo largo de los siglos hasta su prohibición en pleno siglo XVIII: "la interpretación simbólica no permite únicamente discernir bajo las ficciones más diversas, y en apariencia menos edificantes, una elevada sabiduría: llevan a constatar el parentesco fundamental de esta sabiduría profana [...] con la de la Escritura." (Seznec 1983, 87).

Lo mismo sucede con fiestas, torneos, carnavales... "estos vastos conjuntos decorativos son productos típicos de la cultura de la época. Apuntan menos a complacer (delectare) que a instruir (prodesse)" (Seznec 1983, 232). En este mismo paradigma podemos situar el nacimiento de la ópera en Italia y sus tímidos intentos en España.

Igualmente en las artes figurativas, pintura y escultura, las formas remiten a abstracciones, como por ejemplo hacen las figuras manieristas, que remiten al dolor, al movimiento vivo e imposible, que muestran al espectador las sensaciones mucho más que lo que se ve en los cuerpos, los vestidos o los atributos que rodean a la imagen.

            De alguna manera, quizá, se puede rastrear en la Edad Media, como ha hecho Seznec para la representación de los dioses de la Antigüedad, un hilo que una el comienzo de la simbolización, el uso de palabras y formas diferentes de la realidad, para provocar en el lector/espectador la evocación, o la sensación nueva, de lo que no se puede expresar con el lenguaje que usamos habitualmente.

 

3. La necesidad del símbolo

            La interpretación es uno de los métodos que usamos los humanos para comprender aquello que nos resulta extraño. Adaptamos a nuestro conocimiento del mundo lo que nos sobrepasa. "La debilidad de este sistema de interpretación es evidente [...] No obstante, los filósofos helenísticos habrían podido invocar algunas buenas excusas, pues a fin de cuentas, no inventaron la alegoría gratuitamente" (Seznec 1983, 78).

Se puede ver la historia del arte como un ir y venir de lo real a lo simbólico y viceversa. Podemos encontrar en cada movimiento artístico una reacción contra lo establecido por el movimiento artístico inmediatamente precedente. Pero no se trata de "romper" por una necesidad de destrucción de lo anterior, sino de una búsqueda de la forma de expresión que permita la comunicación. Así, sucede al abigarrado Barroco el académico Siglo Ilustrado, donde la literatura desarrolla el género ensayístico y las artes figurativas vuelven la mirada a la "sencillez" clásica. Por su parte, en la poesía hubo cierto resurgir de temas como las anacreónticas. A este sigue el movimiento Romántico, con la pretensión de enfrentar al hombre con la muerte y salir victorioso, cual Odiseo, Eneas u Orfeo volviendo del Hades. Aparecen luego el Naturalismo y el Realismo, llamándonos a ver lo que sucede a nuestro alrededor, en los lugares en los que no nos atrevemos a entrar. Pero la Edad Media seguiría presente incluso en el siglo XIX, "los historiadores de las religiones pertenecientes a la escuela simbolista saludaron a Conti como un precursor" (Seznec 1983, 205).

El buscar lo que no se ve a simple vista en lo que se muestra en el exterior también lo encontramos a finales del siglo XIX en el surgimiento de la psicología. El inconsciente no se ve, pero presenta síntomas en el comportamiento y en el cuerpo de los seres humanos que quieren entenderse a sí mismos. Se estudia el "imaginario" en contraposición a lo "real" y se encuentra que los dos se unen gracias a lo "simbólico". "Fisiología y psicología son inseparables: los temperamentos determinan fatalmente los caracteres" (Seznec 1983, 56). Freud, mirando hacia la Antigüedad, puso algunos nombres a los complejos que fue aislando: Edipo, Electra...

 

4. La línea continúa

            El método permanece hasta nuestros días.  No se trata tanto de Tradición Clásica, esto es, de la supervivencia de los clásicos en las artes modernas, como de seguir utilizando la alegoría como sistema de transmisión de pensamientos, sentimientos e ideas que encuentran dificultad en ser transmitidas con lenguajes más directos y denotativos.

La relación, a través de la alegoría, se convierte en un canal de comunicación que une el pasado y el presente de manera que las nuevas palabras y las nuevas imágenes remiten a las antiguas, en un diálogo que hemos acabado por llamar "cultura", sin darnos cuenta de que se trata de un "modo de pensar y expresar" que se resiste a ser modificado.

El siglo XX comenzó con las vanguardias artísticas, que buscaban nuevas formas de expresión. El cubismo, la abstracción, el simbolismo, son nombres de movimientos vanguardistas que no nos han abandonado y en los que no se puede leer literalmente lo que el artista ha expresado. La crítica debe darnos una explicación plausible para que los legos podamos entender qué hay en un cuadro, una escultura, un poema. Incluso en el género literario más importante del siglo XX, la novela, se puede rastrear este simbolismo. Franz Kafka y su Metamorfosis, mostrando la dificultad de sentirse integrado en la sociedad; James Joyce y su Ulises o Finnegans wake, intentando transmitir la línea de pensamiento de los seres que pueblan las ciudades occidentales; William Faulkner con El ruido y la furia o Luz de agosto, poniéndonos en la tesitura de averiguar cuál es el modo de entender el mundo de los que no son aceptados por nuestro mundo. En España podemos seguir la pista simbolista en Carmen Laforet que puso a nuestro alcance una explicación de la Nada; o a Juan Benet, que en Volverás a Región busca cómo volver a fundar una sociedad sobre las cenizas de la Guerra Civil española, para lo que inventa personajes que tejen durante veinte años, como Penélope, o que viajan durante todos esos años alejados de sus esposas... Mientras, en Sudamérica, surgía el "realismo mágico" que proponía una lectura de lo inexplicable aceptándolo como cotidiano: La casa de los espíritus de Isabel Allende, 100 años de soledad de Gabriel García Márquez, Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, Pedro Páramo de Juan Rulfo...

            Si bien ya no simbolizamos a los dioses descaradamente, llamándolos por su nombre, no es menos cierto que simbolizamos el mundo para poder aprehenderlo, o para poder soportarlo. Y se me ocurre que esto no es más que seguir la línea de pensamiento que desde la Antigüedad y a través de la Edad Media llevó a los eruditos de entonces a ver en los dioses paganos algo más que representaciones animistas de los miedos de los pueblos primitivos.

 

5. Bibliografía

Fernández Corte (2004): José Carlos Fernández Corte "La invención de la Historia de la Literatura Latina en España (y una breve reflexión sobre Europa)" CFC (E.Lat), 24, 1, pp. 95-113.

 García Jurado (2008): Francisco García Jurado "Ensayo de una Historiografía de la Literatura Latina en España (1778-1936)". 

 Seznec (1983): Jean Seznec Los dioses de la antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento. Madrid. 

 

 

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