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"Planto" Juan Ruíz, Jorge Manrique, Diego de San Pedro, Fernando de Rojas

El "planto" es una composición literaria dedicada a la muerte por un ser querido. Encontramos muchos ejemplos en la literatura en español, pero nunca había visto tan claramente expresada la difrencia entre el pensamiento medieval, el prerrenacentista y el renacentista como al comparar los plantos de las obras de Juan Ruíz, Jorge Manrique, Diego de San Pedro y Fernando de Rojas.

Las dos primeras obras que me llamaron la atención están escritas en verso. El primero es el planto por Trotaconventos de Juan Ruiz:

De cómo morió Trotaconventos, et de cómo el arçipreste fase su planto denostando et maldesiendo la muerte


1520¡Ay Muerte! muerta seas, muerta, e mal andante,


mataste a mi vieja, matases a mí ante,


enemiga del mundo, que non as semejante,


de tu memoria amarga non es que non se espante.

El arcipreste se dirige a la muerte, a un ser abstracto, al que cree capaz de tomar en sus manos su destino y regir su vida. No la acepta, sino que se enfrenta a ella sabiendo que la batalla está perdida. El escritor medieval parece creer que la vida/muerte podría ser de otra manera, podría haberse "portado bien" con él y su alcahueta. Esta esperanza en que los seres abastractos que dominan el mundo puden dejarse conmover por la actitud de los humanos es pensamiento medieval. No en vano Juan Ruiz escribía este texto allá por el siglo XIV. Es el pensamiento teocentrista.

Un siglo después, Jorge Manrique escribe, de manera completamente distinta el planto por la muerte de su padre en sus Coplas.

 

Recuerde el alama dormida,

avive el seso y despierte




contemplando


cómo se pasa la vida,


cómo se viene la muerte


tan callando,


   cuán presto se va el placer,


cómo, después de acordado,


da dolor;


cómo, a nuestro parecer,


cualquiera tiempo pasado


fue mejor.

Manrique no se revuelve contra la muerte. Se dirige a los vivos, a sus congéneres en el mundo de los vivos. Reflexiona, no se enfurece. Ya no ve a la muerte como un ser abstracto capaz de ser conmovido, sino como parte de la vida humana, la parte del final. Ha llegado el prerrenacimiento, el pensamiento antropocentrista.

 

Revisemos ahora otros dos plantos, esta vez en prosa. El primero publicado en 1492, Cárcel de amor, de Diego de San Pedro. Se trata del planto de una madre que ha visto morir a su hijo.

Llanto de su madre de Leriano

¡Oh alegre descanso de mi vejez, oh dulce hartura de mi voluntad! Hoy dejas de decirte hijo, y yo de más llamarme madre, de lo cual tenía temerosa sospecha por las nuevas señales que en mí vi de pocos días a esta parte. Acaecíame muchas veces, cuando más la fuerza del sueño me vencía, recordar con un temblor súbito que hasta la mañana me duraba. Otras veces, cuando en mi oratorio me hallaba rezando por tu salud, desfallecido el corazón, me cubría de un sudor frío, en manera que desde a gran pieza tornaba en acuerdo. Hasta los animales me certificaban tu mal. Saliendo un día de mi cámara vínose un can para mí y dio tan grandes aullidos, que así me corté el cuerpo y el habla que de aquel lugar no podía moverme. Y con estas cosas daba más crédito a mi sospecha que a tus mensajeros, y por satisfacerme acordé de venir a verte, donde hallo cierta la fe que di a los agüeros. ¡Oh lumbre de mi vista, oh ceguedad de ella misma, que te veo morir y no veo la razón de tu muerte. Tú en edad para vivir, tú temeroso de Dios, tú amador de la virtud, tú enemigo del vicio, tú amigo de los amigos, tú amado de los tuyos! Por cierto, hoy quita la fuerza de tu fortuna los derechos a la razón, pues mueres sin tiempo y sin dolencia. Bienaventurados los bajos de condición y rudos de ingenio, que no pueden sentir las cosas sino en el grado que las entienden, y malaventurados los que con sutil juicio las trascienden, los cuales con el entendimiento agudo tienen el sentimiento delgado. Pluguiera a Dios que fueras tú de los torpes en el sentir, que mejor me estuviera ser llamada con tu vida madre del rudo que no a ti por tu fin hijo que fue de la sola. ¡Oh muerte, cruel enemiga, que ni perdonas los culpados ni absuelves los inocentes! Tan traidora eres, que nadie para contigo tiene defensa. Amenazas para la vejez y llevas en la mocedad. A unos matas por malicia y a otros por envidia. Aunque tardas, nunca olvidas. Sin ley y sin orden te riges. Más razón había para que conservases los veinte años del hijo mozo que para que dejases los sesenta de la vieja madre. ¿Por qué volviste el derecho al revés? Yo estaba harta de ser viva y él en edad de vivir. Perdóname porque así te trato, que no eres mala del todo, porque si con tus obras causas los dolores, con ellas mismas los consuelas llevando a quien dejas con quien llevas, lo que si conmigo haces, mucho te seré obligada. En la muerte de Leriano no hay esperanza, y mi tormento con la mía recibirá consuelo. ¡Oh hijo mío! ¿qué será de mi vejez, contemplando en el fin de tu juventud? Si yo vivo mucho, será porque podrán más mis pecados que la razón que tengo para no vivir. ¿Con qué puedo recibir pena más cruel que con larga vida? Tan poderoso fue tu mal que no tuviste para con él ningún remedio, ni te valió la fuerza del cuerpo, ni la virtud del corazón, ni el esfuerzo del ánimo. Todas las cosas de que te podías valer te fallecieron. Si por precio de amor tu vida se pudiera comprar, más poder tuviera mi deseo que fuerza la muerte. Mas para librarte de ella, ni tu fortuna quiso, ni yo, triste, pude. Con dolor será mi vivir, mi comer, mi pensar y mi dormir, hasta que su fuerza y mi deseo me lleven a tu sepultura.

Sí, la madre de Leriano también se enfrenta con la muerte y la denosta ¿Qué hace el padre de Melibea en La Celestina?

¡Oh gentes que venís a mi dolor! ¡Oh amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad sería que viva yo sobre ti. Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbose la orden del morir con la tristeza que te aquejaba. ¡Oh mis canas, salidas para haber pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que de aquellos rubios cabellos, que presentes veo! Fuertes días me sobran para vivir, quejarme he de la muerte, incusarle he su dilación cuanto tiempo me dejare solo después de ti. Fálteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía.

También Pleberio se enfada con la muerte. La diferencia con los textos en verso se encuentra en la fuerza letal que llevó a los dos jóvenes a la muerte. Una muerte peor que la muerte de los seres queridos de los poetas, pues aquellos eran personas que ya había vivido la vida. Estos no tienen más de veinte años y han muerto los dos por amor. Efectivamente, estos son textos renacentistas a pesar de encararse con la muerte. Son textos en los que destaca el carpe diem y el único motor que lanza al ser humano hacia adelante para seguir viviendo una vida que se sabe que tendrá como fin la muerte: el amor. Ha llegado el tiempo de los cancioneros amorosos, de la dificultad de expresar con las palabras lo inefable, el sentimiento... La muerte no ha desaparecido, pero hasta que llegue hay mucho que hacer.

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