EL PRIMERO
Comenzar a escribir este blog no ha sido tarea fácil. Hace varios días que lo abrí con mi amiga Ana Rosa Díaz, pero no he puesto una palabra hasta hoy. Después de darle muchas vueltas he resulelto comenzar por donde han comenzado muchísimos de los libros que he leído, por la captatio benevolentiae, que si bien no conseguirá por sí sola que lo que yo escriba sea mejor, al menos cumplirá con una parte primordial de la comunicación: empezar a comunicar y hacerlo con toda la humildad posible.
Precisamente ha sido la humildad uno de los temas en los que más he estado pensando estos días en los que no me decidía a comenzar a escribir en este blog. El hecho de escribir en un soporte que pueden visitar otras personas es poco humilde, desde cierto punto de vista. La respuesta puede ser intentar escribir lo mejor que uno pueda, o lo que uno entienda que pueda ser interesante para otros, o escribir algo contrastado y avalado con autoridades que lo hagan incontestable... En fin, que no estaba siendo nada humilde al pensar en el hecho de ponerme a escribir. Hace pocos días, mi profesor, Francisco García Jurado, me avisaba de la necesidad de ser humilde a la hora de redactar mi Tesis de Máster. Claro, me sentó mal que me lo dijera, porque no creí que se me pudiese tachar de soberbia al escribir un trabajo de investigación después de haberme preocupado en formarme y haber finalizado dos licenciaturas. Pero tenía toda la razón, no estaba siendo humilde, o no lo estaba siendo en lo que lo tenía que ser.
Ciertamente me pilló por donde más me fastidia. Reconozco que, en general, prefiero no ser humilde. Es por defecto, como en los ordenadores hay sistema operativo en mí hay hybris. No tengo ninguna razón objetiva para ser soberbia, tampoco subjetiva, pero hay una tendencia que enmascara mi inseguridad constante. Hoy mismo he tenido una de esas experiencias. Mi pareja no me dirigía la palabra desde ayer. Yo consideré que quizá estaba cansado y eso le había bajado la energía; que no tenía ni tiempo ni fuerzas para darme conversación. Pero al preguntarle si todo estaba bien él me ha respondido preguntándome lo mismo, porque había notado que yo había bajado mi tono vital desde ayer. Así que estábamos los dos haciendo lo mejor por el otro, no molestar, mientras en realidad no había necesidad de embarcarse en ese trabajo.
La humildad no es siempre útil, por lo menos no siempre que está mal entendida. Me doy cuenta de que ser humilde no quiere decir rebajarse ante nadie, ni sentirse menos que otro, ni autoculparse por no ser suficiente. Esa humildad mal entendida nos llena de rabia, y por tanto de culpa, y solo sirve para, después de todo, no ser humilde. La humildad de la que hablo es la que te hace buscar información, no dar por supuesto que a ti se te han ocurrido las cosas por primera vez, ser consciente de que el resto de personas del mundo existen y que antes han existido muchísimas más que se dieron de bruces con los mismos problemas e intentaron darles solución. Es humilde conceder a los fracasos de los otros y a los propios la facultad de ser pasos adelante que mejoran el mundo. Que sobre todo mejoran mi pequeño mundo. Y eso, por ahora, es suficiente.
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francisco -